Habíamos leído muy poco sobre Vanuatu, ya que tuvimos que añadir este destino en nuestra ruta alienígena precipitadamente. Los vuelos a Filipinas desde Fiyi eran muy caros, y la opción más barata pasaba por Australia. Pero necesitábamos un visado para entrar a este país, y a pesar de que la web de inmigración australiana informaba que el trámite tan sólo duraba tres días, a nosotros nos tardaron casi un mes. Así que, decidimos seguir esperando el visado en otro lugar, y el escogido fue Vanutatu. Sabíamos que era uno de los lugares de la Tierra donde sus habitantes se sentían más felices, y sólo por ello, ya merecía la pena visitarlo. Pero nada más llegar, nos dimos cuenta de que, además este iba a ser el país más caro que pisaríamos en la Tierra. Nuestros bolsillos alienígenas se iban a resentir, ¡y de qué manera!
Nos habíamos reservado diez días para disfrutar de este lugar tan remoto y habíamos escogido tan sólo explorar Éfaté y Tanna, dos islas situadas cada una en una región distinta de las 6 que componen el archipiélago. Nos habría gustado poder explorar más islas, pero el desplazamiento entre ellas se hace básicamente en avión y los billetes no son precisamente baratos. La otra opción era hacer el trayecto en barco, pero eran barcos cargueros que podían tardar unas 24 horas en ir de isla a isla, y teniendo tan sólo 10 días, no lo encontramos muy factible.
Los dos primeros días los pasamos en Port Vila, capital de Efate, visitando la ciudad, su paseo marítimo y su animado mercado. La primera impresión que tuvimos cuando pusimos los pies en esta ciudad, fue la de que se trataba de una ciudad mucho más ordenada y limpia que cualquiera de las ciudades que habíamos visitado en Fiyi. La gente, en general, te sonríe y saluda por la calle, aunque como descubriríamos más tarde, también hay muchos que tan sólo te ven como un dólar con patas y te tratan como tal.


El segundo día decidimos cambiarnos de hotel, ya que volvimos a tener problemas con Booking y el hotel que reservamos que presuntamente estaba a 10 minutos andando del centro, resulto estar a 15 en coche. Una vez instalados en el nuevo hostel, decidimos alquilar un vehículo para poder movernos por la isla, ya que el transporte público, además de ser caro, no llegaba a todos los lugares que queríamos visitar. Pero nuestra sorpresa fue cuando la única tienda de motos de todo Port Vila nos cobraba 50 eurazos por alquilar la moto un solo día. Finalmente alquilamos un vehículo similar a la motocicleta pero de 4 ruedas que llaman Quad, ya que además de que el precio era similar, nos habían comentado que las carreteras aquí estaban en muy mal estado.

Aprovechamos al máximo las 24 horas que alquilamos el vehículo ya que teníamos que amortizar el pastizal que habíamos pagado. Visitamos algunas de las principales atracciones de la isla: Blue Lagoon, Rentapao river y Mele Cascades. La verdad es que nos habría gustado poder explorar más sitios pero una vez más, nos encontramos con el impedimento del maldito dinero, ya que para entrar en cualquier sitio maravilloso tenías que pagar entrada: 4€ para el Blue Lagoon, 7,5€ para Rentapao River y 15 eurazos para las Mele Cascades. Este destino no estaba hecho para pobres alienígenas como nosotros…



La verdad es que disfrutamos al máximo el día, no sólo por los lugares que visitamos sino también por los maravillosos paisajes que fuimos viendo mientras conducíamos nuestro vehículo.

También nos habría gustado ir a hacer snorkel ya que según habíamos leído, aquí presumen de tener unos de los mejores fondos marinos del planeta, pero el mal estado del mar, no permitía ni siquiera el baño. Así que decidimos pasar otros tres días en alguna otra zona de la isla con menos viento y donde el mar estuviera más en calma para poder disfrutar del snorkel espectacular. Dudábamos entre desplazarnos al norte a una pequeña isla llamada Pele, o quedarnos en alguna zona playera de la costa nordeste. Finalmente nos decantamos erróneamente por la segunda opción.
De nuevo reservamos por Internet el que iba a ser nuestro campo base durante los siguientes tres días. Escogimos un lugar que nos pareció paradisíaco en las fotografías, Le Life resort, que prometía buen snorkel en la playa del mismo hotel y cascadas y trekkings para hacer andando desde el resort, cosa que nos iba de maravilla ya que no teníamos intención de alquilar ningún transporte más. Además, el hecho de hospedarnos en una tienda de campaña a pie de playa nos seducía bastante y era bastante más económico que otras opciones de la zona.

Pero no resultó ser lo que prometía y nos quedamos “atrapados” en el resort sin poder hacer otra cosa que estirarnos en las tumbonas de la minúscula playa. Ni se podía hacer snorkel por las corrientes, ni se podía ir andando a ningún sitio. Además, como no nos podíamos desplazar, nos veíamos obligados a hacer todas las comidas en el resort que además de malas no eran adecuadas para presupuestos alienígenas mochileros.
Para rematar la mala experiencia, el día que quisimos marcharnos de aquel lugar, la gente del resort, nos acercó con pocas ganas en coche hasta la carretera (que estaba a kilómetro y medio) para que pudiéramos coger, a las 6 de la mañana, el único van-bus que pasaba con destino a Port Vila. Pero a pesar de meterles prisa -palabra que no existe en el vocabulario de este pueblo- llegamos tarde y se nos escapó. Así que, tirados en medio de la nada, estuvimos esperando hasta que un amable terrícola autóctono nos acercó en su vehículo hasta el pueblo más cercano dónde salían más autobuses.

Ya en el van-bus, el destino hizo que conociéramos a un simpático habitante de Vanuatu que dio la casualidad que venía de pasar unos días en su pueblo natal, Pele, la isla que un primer momento dudamos en visitar. Nos explicó que allí había estado visitando a su familia disfrutando de aguas calmadas, playas con cocoteros y puestas de sol de postal, lo que nos dio más ganas de abandonar Éfaté en busca de aguas más calmadas y algo más de aventura. Nos esperaban cinco días en Tanna, y la visita al volcán más accesible del mundo, el Mount Yasur.
Los primeros días en Tanna los pasamos en la costa oeste, muy cerca de Isangel, la capital. Esta zona es conocida por sus playas de arena blanca y aguas turquesas ideales para el snorkel. Pero una vez más, nos encontramos con un mar enfadado que tan sólo dejaba que nos remojásemos en la orilla.

Estaba claro que el snorkel en Vanuatu era ya una misión imposible, así que decidimos desplazarnos hacia el interior y visitar Yakel, una kastom village, o lo que vendría a ser un pueblo terrícola que conserva cultura y manera de vivir tradicionales: ni ropa, ni tecnología, ni comodidades occidentales. Contratamos la visita con el mismo homestay donde nos íbamos a alojar cerca del Mount Yasur, que nos vinieron a recoger y nos llevaron en su Pick-up todoterreno, ya que en Tanna, a diferencia de Éfaté.
Después de media hora por caminos embarrados en medio de la selva, saludando a hombres con machetes que aparecían de repente de entre la maleza, llegamos al poblado. Pero nuestro guía, se había olvidado de “avisar” de nuestra visita (se ve que las visitas tienen que estar planificadas…) y pillamos a algunos de los habitantes vestidos con ropas occidentales que rápidamente fueron a desvestirse y ponerse sus atuendos tradicionales: los hombres, una especie de escoba amarrada a su cintura para tapar sus miembros viriles, y las mujeres, torso al desnudo en su mayoría y faldas de paja hasta las rodillas.

El jefe del poblado apareció más tarde y nos guió por sus tierras explicándonos cómo vivían, de qué se alimentaban, qué cultivaban… Nos enseñó algunas de las casas y cabañas en los árboles y se disculpó por la falta de habitantes en el poblado, ya que al no haber avisado de nuestra llegada, muchos de ellos se encontraban fuera en otros quehaceres.


El final de la visita terminó con una demostración de algunos de los bailes y canciones típicos de su pueblo y que utilizaban en fiestas o celebraciones importantes.
Aunque la visita fue muy interesante, nos lo tomamos más bien como una demostración de cómo vivían hacía unos años atrás. El jefe del poblado admitió que para bajar al pueblo a comprar algunas cosas, hoy en día se vestían y ya no bajaban con sus “ropas” tradicionales, ya que se sentían algo incómodos. También pudimos comprobar que algunas de las mujeres, sobre todo las más jóvenes, se tapaban el torso con los brazos con vergüenza, haciéndonos dudar que en hoy en día vistan así. Finalmente, también comprobamos que también utilizan móviles para comunicarse, sobre todo para ser avisados cuando viene una visita turística…

Dejamos atrás este curioso pueblo para desplazarnos hasta la mayor atracción de Tanna, el volcán Yasur. Estas montañas escupefuegos nos han fascinado desde que aterrizamos en Nueva Zelanda y tener la oportunidad de estar a escasos metros de un volcán activo, fue un sueño hecho realidad. La excursión no es precisamente barata, pero los 10.000 VUV (o lo que viene a ser unos 80€ al cambio) que pagamos, valieron la pena.
Atardecía cuando nosotros dos y unos 25 terrícolas más, subíamos a los todoterrenos que nos llevarían hasta las faldas del volcán. Una vez allí, unas escaleras nos permitieron llegar hasta el cráter y esperamos a que anocheciera. La puesta de sol desde el volcán con las erupciones como banda sonora, fue espectacular, pero el mayor espectáculo llegó cuando oscureció del todo. Las explosiones continuas acompañadas de lava y piedras al rojo vivo, son impresionantes y algo que recordaremos toda la vida, aunque también estábamos algo cagados, y llegamos a temer por nuestras vidas en alguna explosión, sobre todo después de escuchar historias escalofriantes sobre otros turistas que no tuvieron mucha suerte. Aún así, el riesgo y perder la gorra por el camino, mereció la pena.



Después de dejar atrás tan memorable experiencia, volvimos a la zona de la playa a apurar el tiempo que nos quedaba en Tanna, no sin antes discutirnos con la señora del homestay que nos había proporcionado el transporte de vuelta ya que nos quería cobrar 2000 VUV más por la cara. Pero como no era la primera vez que nos intentaban estafar pidiéndonos más dinero del acordado y, ya empezábamos a estar un poco hartos de que nos trataran como a dos dólares con patas, no cedimos y finalmente no pagamos de más.
En definitiva, Vanuatu fue un país que nos dio una de las mejores experiencias del viaje y a la vez, nos dio algunas de las más amargas, pero no por los intentos de timos de los que habíamos sido víctimas, sino por estar tan cerca de unos de los mejores fondos marinos del mundo y no poder explorarlo. ¿Tendríamos más suerte en Filipinas?
