Dejamos atrás Nueva Zelanda y nuestra querida Rocket para explorar Fiyi, una de las islas de la Melanesia, rebautizadas como la “Millonesia” ya que, como pudimos comprobar una vez allí, no es un destino para todos los bolsillos. Llegamos con las expectativas muy altas esperando encontrar playas de aguas cristalinas y un fondo marino espectacular, repleto de corales, tiburones, mantas, tortugas y delfines, entre otra fauna. Pero nada más llegar a nuestro hostel, el Bamboo Backpackers, nos percatamos de que Fiyi no es todo paraíso.
Nuestra llegada coincidió con la noche de fin de año, un día que los terrícolas celebran por todo lo alto con más alcohol que comida, con muchos petardos, fuegos artificiales, hogueras en la playa y música hasta el amanecer.
Pero nosotros teníamos otro objetivo, así que al día siguiente nos desplazamos hasta Nadi con la intención de hacer algunas compras antes de marcharnos hacia nuestro primer destino en las islas Yasawas. Lo que no habíamos previsto es que los terrícolas el día 1 están de resaca y no abren ni mercados, ni comercios y tampoco hay autobuses locales disponibles para moverse. Así que, para desplazarnos hasta la ciudad, nos tuvimos que iniciar en una práctica muy extendida en estas islas, el autoestop.
Una vez en la ciudad, aprovechamos para visitar el templo hindú Sri Siva Subramaniya, pasear por las calles desiertas y hacer algunas compras en los pocos comercios que encontramos abiertos.

Ese mismo día conocimos a Theca, una terrícola que se dedica al turismo y que nos ofrecía, a nuestra vuelta de las Yasawas, una estancia en casa de sus tíos y transporte hacia nuestro siguiente destino: Nananu-i-Ra. Estuvimos dudando, ya que a pesar de que la experiencia de pasar una noche en casa de una familia fiyiana nos atraía bastante, nos pedía que le pagáramos por adelantado, y nosotros nos fiábamos demasiado poco de aquella señora sonriente que acabábamos de conocer en un bar. Finalmente decidimos arriesgarnos, ya que habíamos leído que los fiyianos son muy legales y muy de fiar, o tal vez era lo que queríamos creer…
Al día siguiente partimos ilusionados hacia Tavewa, una isla ubicada en las Yasawas. Escogimos esta isla haciendo caso de la recomendación de la señora amble y sonriente del punto de información turística de nuestro hostel. Nos vendió que la isla tenía todo lo que buscábamos: playas paradisíacas, aguas cristalinas y mucho coral, además de una estancia en un resort a pie de playa por un precio razonable. Nos enseñó fotos maravillosas del lugar, así que nos convenció. Más tarde descubriríamos que las fotos que nos había enseñado eran de antes de que el ciclón Winston arrasara la isla en 2016, llevándose por delante la playa y parte del coral, además de dejar el resort en un estado bastante lamentable.

Nada más poner los pies en la isla, nos percatamos de que la señora amable y sonriente, no nos lo había explicado todo. Para más inri, el ciclón Mona parecía que se acercaba a las Yasawas, y se preveía que pasara por Tavewa. Así que los cinco días que estuvimos en la isla, los pasamos casi todo el tiempo encerrados en nuestro buré (así es como llaman ellos a sus cabañitas hechas con hojas de palmera), a causa del viento y el mal tiempo.

Aún a pesar del mal tiempo, intentábamos ir a la única playa decente y resguardada del viento de la isla, Savutu Point, que estaba a 20 minutos andando desde nuestro buré, ya que la playa de nuestro resort, sencillamente no existía y además estaba encarada hacia el este y expuesta a vientos fuertes.

También decidimos hacer una excursión al Blue Lagoon, dónde nos habían prometido una playa de infarto y un fondo marino espectacular. La lluvia no nos impidió disfrutar del snorkel, que resultó ser mucho más interesante de lo que esperábamos. La playa a penas la pisamos.


El resto de días, poca cosa podíamos hacer: snorkel más que decente delante del mismo resort, comer mucho, descansar y esperar a que el ciclón Mona hiciera acto de presencia. El resort además estaba casi desierto y tan sólo éramos 5 huéspedes, eso sumado a las goteras y la lluvia y viento casi constantes, le conferían al lugar un aspecto casi fantasmagórico.

Una tarde aburrida, nos hicieron una demostración del ritual de la Kava, bebida tradicional de las Fiyi y algunas islas del Pacífico. El brebaje se hace a partir de la raíz de una planta que sabe a rayos y te deja la boca dormida y llena de tierra. A pesar de que esta bebida originariamente tan sólo se bebía en celebraciones especiales, hoy en día se utiliza además para entretener a los turistas y para que los locales se pongan hasta las cejas.
Finalmente, el huracán cambió de rumbo y pudimos marcharnos de aquella isla. Nada más llegar al puerto de Lautoka, buscamos a Theca, la señora amable con la que habíamos contratado la estancia en casa de sus tíos y el transporte hacia Nananu-i-Ra, y que debía esperarnos en el puerto para recogernos. Los taxis, y minivans iban llevándose a los pasajeros del barco uno a uno, pero nosotros seguíamos esperando. Cuando ya sólo quedábamos nosotros en el puerto, comenzamos a preocuparnos: ¿y si Theca nos había timado, se había marchado con nuestro dinero y no nos venía a buscar? Por suerte, los fiyianos son gente muy amable, que se preocupan en general de que el turista esté bien, así que pedimos al chico que se encontraba en la taquilla del ferry, si podía llamar al número de teléfono que nos habían facilitado. Tras varios intentos, finalmente pudieron localizarla, y nos explicó que ella no podía venir pero que su tío estaba de camino. Buf, qué alivio! De todos modos, el chico de los tickets ya nos había dicho que, si no aparecía nadie, nos llamaría un taxi para que nos llevara a un hostel cercano. Estábamos flipando con la amabilidad de este pueblo.
Tras media hora esperando, apareció un señor grandote con una bolsa de de la compra en la mano. Era Sully, el tío de Theca. Según explicó, el autobús que debía llevarle a recogernos al puerto se había averiado. Nos subimos a un taxi y nos marchamos rumbo a su casa, donde nos esperaba su mujer, Oni. Compartimos experiencias y costumbres con estos terrícolas tan peculiares, nos prepararon una deliciosa merienda de pancakes, nos enseñó a cocinar una riquísima receta de pollo guisado con salsa de soja y pasamos una de las peores noches en Fiyi, acribillados por los mosquitos y con los ruidos de los trabajadores de la construcción hasta pasada la media noche, ya que por la mañana hace tanto calor que no pueden trabajar.

Al día siguiente temprano, apareció Theca quién nos llevaría en coche junto con Oni hacia el puerto desde dónde salían las barcas a Nananu-i-Ra. Subimos rumbo norte por la parte oeste de la isla cruzando verdes campos, selva y montañas y parando a sacar fotografías del paisaje. Oni y Sully parecían más turistas que nosotros, y paraban a sacar fotografías de todo, hasta de los resorts que dejábamos atrás.

Llegamos a Nananu-i-Ra con la esperanza de mejorar nuestra experiencia en las Fiyi. Nada más poner los pies en esta pequeña isla, nos dimos cuenta de que este lugar iba a merecer más de las dos noches que habíamos pagado.

Nos hospedamos en el Macdonald’s Cottages, en un buré que hasta tenía cocina. La encargada del hostel nos comentó que éramos los únicos huéspedes del hostel, ya que, a causa de la amenaza del tifón, se había marchado todo el mundo de la isla. Aprovechamos para pedirle un descuento, que aceptó sin reparos. Nos recomendó también que nos hiciéramos nuestra propia comida, ya que la comida del hostel nos saldría más cara (bueno, creemos más bien que no tenían muchas ganas de cocinar…) y se ofreció a hacernos la compra ya que al día siguiente tenía que acercarse al pueblo. Así que, con la compra hecha y una previsión de tiempo excelente, decidimos alargar nuestra estancia y quedarnos una semana en nuestro paraíso particular.

La semana que pasamos en Nananu-i-Ra, fueron los mejores días en Fiyi. Disfrutamos de playas paradisíacas en solitario, de paseos en kayak por sus aguas calmadas, y de un fondo marino que, a pesar de no superar el de Tavewa, estaba repleto de corales, pececillos de colores, y hasta pudimos ver un tiburón pequeño y una tortuga marina!




En Nananu-i-Ra, también hay un mirador desde donde disfrutar de las mejores puestas de sol que hemos visto en toda la Tierra, aunque desde la propia orilla, el espectáculo ya estaba asegurado.


Sin duda, nos habríamos quedado una semana más en esta pequeña isla tan poco conocida por los turistas y tan poco recomendada por los propios Fiyianos. Es sorprendente que no le den publicidad tan sólo porqué no se ubica en las Yasawas o las Mamanucas.
Tras despedirnos con tristeza de este pedacito de cielo, cogimos un autobús que nos llevaría a Suva, la capital de Viti Levu, que nos recibió con lluvia y un taxista que se enfadó mucho con nosotros porqué no nos pudo timar con el típico truquito de “me he olvidado de poner el taxímetro”, y finalmente le salió mal la jugada y le pagamos hasta menos de lo que habríamos pagado con taxímetro. La ciudad nos sorprendió por ser más moderna, ordenada y algo más limpia que su hermana Nadi.
Paseamos al atardecer por los jardines Thurston, donde nos resguardamos de la lluvia mientras veíamos a los gigantescos Flying Foxes, sobrevolar la ciudad como pequeños vampiros en busca de una víctima. Pero nada más lejos de la realidad ya que estos animalillos se alimentan de fruta.

Y tras dejar atrás Suva, otro autobús nos delvovió de nuevo a la sucia Nadi desde donde cogeríamos el avión que nos llevaría a nuestro siguiente destino improvisado, el pueblo más feliz del mundo!
Qué playas y las puestas de sol impresionantes! No me extraña que hasta sus propIos habitantes hagan tantas fotos jejeje. Besos y cuidados muchooo
Y eso que en Fiyi no nos hizo muy buen tiempo… Lo de las turistas fue muy divertido! jajajaja! besos guapa!