En vistas de que nuestro avistamiento de fauna salvaje estaba siendo más bien pobre (ni rastro de los conocidos kiwis…) decidimos volver a la costa y hacer parada en Oamaru, donde nos habían explicado que, si pagabas para tener sitio en unas gradas al lado de la orilla, podías ver a los pequeños pingüinos azules. Otra opción era cargarse de paciencia e intentar avistar desde lo lejos algún tímido pingüino de ojos amarillos. Siguiendo nuestra norma de evitar al máximo las turistadas y para ahorrarnos unos cuantos dólares, nos decantamos por la segunda opción. Oamaru nos sorprendió muy gratamente ya que tiene una estética Steampunk extravagante y divertida, que se puede apreciar en sus tiendas de antigüedades, cafés, teatros e incluso ¡parques infantiles! También tiene un museo y galería de arte, el Steampunk HQ, y un festival que celebran cada año coincidiendo con el aniversario de la reina de Inglaterra. No es de extrañar que se convirtiera en capital del mundo del Steampunk



Pero nosotros no habíamos ido a Oamaru por el Steampunk, teníamos otra misión y se llamaba: pingüinos. Así que, hacia el anochecer -es la hora a la que vuelven a sus nidos después de estar todo el día haciendo a saber qué-, nos dirigimos a una zona de avistamientos donde tienes que esperar, y esperar, y esperar… muy en silencio hasta que deciden salir del agua. Estuvimos esperando media hora (nos dijeron que éramos unos suertudos, ya que había gente que llevaba más de una hora esperando) escondidos y en silencio para no ser vistos, aunque a la distancia a la que estábamos, debían de tener una vista de alienígena para poder vernos. Finalmente, a lo lejos, muy lejos, pudimos ver una diminuta silueta blanca y negra saliendo del agua y subir torpemente por la playa en dirección a los matorrales y arbustos. La verdad es que, aunque muy de lejos, fue emocionante poder verlo en directo.


Con el subidón de alegría por haber podido ver un pingüino, decidimos quedarnos para ver si aparecían más, pero después de un buen rato, tan sólo pudimos ver uno más mucho más lejos, tanto que apenas podía distinguirse entre las rocas. Así que decidimos marcharnos preguntándonos si, mientras volábamos con Rocket en busca de un sitio para acampar, habrían salido muchos más y nos lo habríamos perdido. Pero nunca lo sabremos…
Al día siguiente queríamos ir a visitar unas extrañas esferas de piedra que se encontraban esparcidas por una playa cercana que llamaban Moeraki Boulders. Los científicos de la Tierra creen que estas piedras fosilizadas se formaron hace millones de años a causa de un proceso natural similar al de la formación de las perlas de las ostras, y que la erosión del mar ha dejado al descubierto y escampadas por la playa como si de un torneo de petanca se tratara. Según una leyenda maorí, son calabazas gigantes. Nosotros algún día, os explicaremos lo que realmente son…



Dejando los misterios alienígenas atrás, nos dirigimos a la zona de los Catlins. Teníamos ganas de ver más fauna autóctona y nos habían asegurado que allí se podía ver -además de vacas, ovejas, pingüinos y focas- algún que otro león marino. Después de una breve parada en Dunedin, para ver su famosa estación de tren y algún que otro edificio emblemático, continuamos nuestra ruta por la costa hasta Nugget Point, un faro en un acantilado que debe su nombre a las rocas que lo rodean, que, según los lugareños, parecen pepitas o Nuggets, en inglés. Allí, además de disfrutar de unas vistas al océano impresionantes, pudimos ver algunas focas bañándose y jugar entre las rocas, eso sí, casi tan lejos como los jodidos pingüinos.





Después nos dirigimos a Surat Bay a probar suerte con los leones marinos. La playa era de arena dorada y aguas turquesas pero el fuerte viento y el frio no invitaba a bañarse. Paseábamos por la playa pensando que una vez más, nos iríamos con las manos vacías, cuando casi tropezamos con lo que parecía un tronco medio enterrado. Pero ese tronco era en realidad ¡un león marino! ¡Sí, habíamos tenido suerte y lo habíamos encontrado! Y después de hacerle un fotobook a una distancia prudencial para no molestarle, nos fuimos satisfechos a nuestra zona de acampada.



Al día siguiente despertamos contentos de haber podido ver pingüinos y un león marino. Nuestra lista poco a poco iba aumentando. Pero ahora teníamos ganas de explorar un poco más los paisajes y bosques de la zona, conocida también por las rutas a pie que se pueden hacer. La primera parada fue en Cathedral Cave, una cueva natural de grandes dimensiones que sólo se puede visitar cuando la marea está baja. Pero las atracciones turísticas en Nueva Zelanda se pagan, así que nos tocó pagar 5$ para poder bajar a ver esta maravilla natural.



Después de hacernos unas fotos y charlar un poco con dos parejas de la Garrotxa decidimos ir a ver las McLean Falls y la verdad es que fue todo un acierto porqué además de no ver ni un chino, fueron las cascadas más bonitas que hemos visto hasta ahora.


Ya al atardecer, y con el gusanillo de querer ver más pingüinos, nos dirigimos a Curio Bay, donde además de poder ver pingüinos de ojos amarillos, se puede visitar en la misma playa un bosque fosilizado de hace 30 millones de años. La verdad es que cuesta distinguir el bosque de las rocas, pero si le pones atención e imaginación, puedes verlo.


Y de nuevo a esperar. Pero el viento y el frio no pudieron con nosotros y después de más de una hora de espera (los pingüinos siempre llegan tarde y se hacen de esperar…) apareció uno entre el oleaje.


La verdad es que la zona de los Catlins no nos defraudó en avistamiento de fauna, aunque nos habría gustado tener más tiempo para poder explorar más sus rutas a pie. ¡La próxima vez será!
Que intriga con las esferas de la playa….En esos lugares te sientes en otro mundo. A seguir disfrutando wapos!. Un abrazooo
Ya ves! Són lugares muy especiales, lástima que estén a petar de terrícolas y apenas se puede hacer una foto digna! 😂😂